Una tecnología verde ha logrado desarrollar fertilizantes de una forma sostenible. Es tan sencilla como económica, sólo se requiere dióxido de carbono y luz solar, sin más. La técnica, cuya base de experimentación han sido las espinacas, consiste en convertir el dióxido de carbono en abono orgánico para las plantas.
Esta novedosa técnica ha sido desarrollada por el Instituto Tecnológico de California. En su laboratorio se crearon cloroplastos artificiales, que son las estructuras celulares que permiten a las plantas realizar la fotosíntesis. Para ello es preciso que las moléculas de clorofila que hay en su interior absorban la luz, la energía se almacena y unas encimas convierten el dióxido de carbono en glucosa. Por cierto, una de estas encimas es la rubisco, la cual fue sustituida por una combinación de 16 encimas más veloces con el fin de acelerar el proceso. Y se consiguió. El ciclo resultante era diez veces más rápido y se le dio el nombre de CETCH.

Las espinacas como caldo de cultivo para los fertilizantes sostenibles
Para desarrollar estos cloroplastos artificiales los investigadores utilizaron células de las hojas de la espinaca. La idea era extraer unos pequeños sacos que contienen la clorofila, los cuales pueden actuar como pequeñas centrales para procesar la luz solar. Así lograron producir un compuesto que se emplea en fertilizantes llamado glicolato.

Una técnica sostenible y polivalente
Esta nueva técnica, además, abre otras posibilidades. Se podrían generar compuestos químicos para la industria farmacéutica e incluso desarrollar plantas modificadas genéticamente, las cuales serían capaces de absorber mucho más dióxido de carbono para producir biocombustibles. Para el año 2050, se estima que la producción agrícola deberá multiplicarse por dos para cubrir las necesidades alimentarias del planeta. Por tanto, los fertilizantes sostenibles son de capital importancia.