El suelo agrícola es la base de nuestro sustento. Por eso, precisamente, debemos mirar por la tierra que cultivamos valorando lo mucho que representa. A la hora de trabajarla, se han de optimizar los recursos aprovechando los avances de la ciencia y preservando el medio ambiente.
Para empezar, el ejercicio de buenas prácticas es vital para el bien común, lo que significa respetar los ciclos de la naturaleza para no agotar sus recursos. A esto hay que sumarle una cultura responsable, como la que promulga la economía circular, es decir, reciclar para reutilizar. Así pues, se pueden tratar los residuos orgánicos e inorgánicos para elaborar abonos, fertilizantes, combustibles…
El carbono está en el aire
Según estudios recientes, se estima que la agricultura causa el 20% de los gases de efecto invernadero, además, requiere una importante cantidad de agua para los cultivos. De ahí que ahora, más que nunca, sea vital tomar medidas de alcance. La mecanización del campo y el empleo de las nuevas tecnologías permiten trabajarlo con una mayor precisión, lo cual supone un ahorro considerable en muchos aspectos.

Voces por la sostenibilidad
Son varios los organismos internacionales que se han pronunciado al respecto. La ONU, por ejemplo, afirma que existen 5 retos para la sostenibilidad en la agricultura: frenar la degradación de la tierra, gestionar mejor los recursos, rebajar la huella de carbono, mejorar el control de enfermedades y reforzar las políticas de actuación para proteger las distintas especies.
La UE, por su parte, señala los factores que influyen en la sostenibilidad de los cultivos: el uso de insumos, la calidad del suelo, la contaminación atmosférica, el empleo del agua y el impacto en la biodiversidad.
Una relación de simbiosis
Otras disciplinas de la ciencia, como la microbiología, apuntan soluciones con sus líneas de investigación. Una de ellas se basa en el estudio de los seres microscópicos que viven en equilibrio con las plantas y el suelo. Si llegamos a conocer bien sus efectos beneficiosos podremos entender y paliar muchas enfermedades.

La agricultura sostenible, además de ecológica, debe ser rentable. Métodos como el control biológico lo hacen posible a través de la ingeniería genética, que ya se ha practicado en la soja y el maíz. Entre sus ventajas podemos destacar una mayor resistencia a los agentes externos y una mayor productividad con menos insumos; entre sus desventajas, la aparición de nuevas enfermedades.
La agricultura de conservación, que busca alterar lo mínimo posible la composición del suelo sin retirar los rastrojos de cosechas anteriores, también puede favorecer la sostenibilidad. En suma, hay que valerse de la ciencia, pero tomando conciencia del respeto por el entorno.