Está demostrado que la fertilización excesiva, sobre todo la nitrogenada, es mala para el suelo y también para el cielo. Durante la misma, se libera óxido nitroso, un gas de efecto invernadero mucho más potente que el dióxido de carbono. Esta práctica ha hecho que se respire un clima de preocupación.
Los datos son alarmantes. La fertilización abusiva ha inutilizado el 12% de las tierras que alguna vez fueron cultivadas, además, el uso de fertilizantes nitrogenados ha aumentado en un 600% en las últimas décadas.
Determinar la cantidad es clave
Al agricultor no le resulta sencillo calcular la dosis exacta. Si es alta puede dañar la naturaleza y también desperdiciar dinero; si es baja, se arriesga a tener cosechas paupérrimas. Las últimas tecnologías tienen soluciones. En este sentido, pueden ayudar a determinar el momento idóneo para aplicar el fertilizante y la cantidad justa. Para ello se contemplan factores como el clima y la condición del suelo.

Los sensores de suelo lo cambian todo
Hay un sensor, concretamente, que aúna gas y electricidad. Está basado en papel tratado químicamente (chemPEGS). Mide los niveles de amonio en el suelo, que es el compuesto que las bacterias convierten en nitritos y nitratos. A través de un recurso de inteligencia artificial combina esto con datos meteorológicos, tiempo desde la fertilización, pH y mediciones de conductividad. El conjunto de todo ello permite predecir cuánto nitrógeno tiene el terreno ahora y cuánto tendrá en un fututo. Así se puede fijar el momento óptimo para fertilizar.
Se trata de una solución muy efectiva y de bajo coste. Por eso, un riguroso estudio investiga hasta qué punto podría ayudar a maximizar la cosecha minimizando la fertilización. En cultivos como el trigo, por ejemplo, contribuiría a reducir los gastos de producción y el impacto sobre el entorno. Recordemos que el método habitual para medir el nitrógeno es largo y costoso porque hay que enviar muestras a un laboratorio.

Los perjuicios del nitrógeno van más allá
Por otro lado, este elemento también puede ser arrastrados por la lluvia hacia ríos y lagos, reduciendo el oxígeno, lo que provocaría la proliferación de algas y la reducción de la biodiversidad. En conclusión, hay que frenar el uso desmesurado de nitrógeno porque degrada la atmósfera; el cielo no puede esperar.